La noche justo empezaba y yo me preparaba en mi
camerino para saltar al escenario con Ronny y Lars como todas las
noches. La niñera ya se había llevado a mis hijas en la limo hacia
nuestra casa, porque cuando estamos en Melbourne tengo el gran placer de
dormir en mis propias sábanas y es maravilloso. Los roadies ya casi
terminaban de ensamblar todo el equipo de escenario, tomé mi violín y
salí al escenario para gritar un "BUENAS NOCHEES MELBOURRNEEEE!" luego
de que Ronny hubiera salpicado de sangre a las primeras filas de
asistentes, que gritaban extasiados. El concierto fue sobrenatural, y
tocar acá tiene un sabor especial. Llamar casa a esta ciudad la hace
única para mi.
Al llegar a casa dejé las llaves en la mesita de
la entrada, colgué la fina camisa que traía puesta en el ropero y caminé
de puntillas para ver que hacían las niñas. Aina y Freja estaban
jugando con sus mascotas en la sala, haciendo un gran desorden y sus
risas retumbaban por toda la casa. Entré y las abracé, las cubrí de
besos y jugamos juntas durante un tiempo, hasta que las llevé a sus
alcobas.
Al siguiente día yo dormía plácidamente al haber pasado
prácticamente toda la noche deambulando por la ciudad. En la tarde
desperté y Artemus me contó que estuvo con las niñas en la piscina, y
esperaba que pudiéramos salir juntos a las afueras de la ciudad para
cenar.
Vivir así sea 2 días en nuestro hogar casi se siente
normal. Pero este no es nuestro normal, amo el caos que es nuestra vida
entre aviones, escenarios y hoteles.